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[Reflexiones] Sobre seres humanos y ciudades

Desperté en el avión de Air Asia cuando Mónica me sugirió mirar por la ventana. Habíamos aprovechado que los últimos asientos del avión estaban vacíos para instalarnos allí y poder dormir acostados durante una buena parte del trayecto. Cuando me asomé no me lo podía creer. Al estar tan atrás, el ala del avión prácticamente no interfería con nuestra visión. Ni una sola nube. Aire limpio y seco bajo nuestros pies. Noche cerrada. Sobrevolamos algunos poblados. Las luces permiten intuir el trazado de las carreteras, aunque estamos tan altos que no se pueden distinguir luces de coches o de casas, simplemente se ven líneas de luz y puntos aislados. Sobre nuestras cabezas, decenas de estrellas dan la bienvenida a la noche. Estamos cerca de nuestro destino, no sabemos exactamente donde, pero la vista debe de ser lo más parecido a un paseo espacial… aunque a pequeña escala, claro.

Antes de continuar nuestro descenso, sobrevolamos una ciudad de mayor magnitud. Y ahí lo vi claro. Descubrí la vida propia de las ciudades, compuesta por unas células llamadas seres humanos y sus órganos. En el centro se intuía una plaza. Su iluminación era más intensa que en el resto de la ciudad. Es el centro de operaciones. El cerebro. De ella partían arterias principales en distintas direcciones, ramificándose y dando lugar a calles secundarias, terciarias,… Todo un entramado circulatorio que permitía el libre flujo de personas y alimentos a lo largo y ancho de su territorio. A las afueras de la misma, pequeñas lineas hacían patente las líneas de conexión con otras vidas supra-humanas, con otras ciudades.

Es evidente que sin los humanos no existirían ciudades, al igual que sin células no existirían animales ni plantas. Cada célula tiene su misión. Algunas deben proteger, otras suministrar alimentos, otras curar las células dañadas, otras reparar las arterias, otras deshacerse de los deshechos, otras planificar el crecimiento, otras comunicarse con otras ciudades, otras producir energía. Toda célula nace con un propósito, algunas lo deciden por sí mismas, a otras les viene impuesto. Toda célula nace, se reproduce y muere. Pero el organismo sigue vivo. La ciudad sigue viva.

Creo que si alguien nos estuviera observando desde ahí fuera, eso es lo que vería. No es que las personas no seamos importantes, sino que desde ese punto de vista, no somos tan importantes. Simplemente un engranaje más de la cadena. Verían ciudades, caminos, barcos, aviones y coches. Macro entidades con vida propia, cuyos elementos unitarios son unas personitas que llevan a cabo su papel, dando vida (aún sin saberlo ni quererlo) a algo más grande, una superestructura con vida propia llamada ciudad.

Hace millones de años, una serie de componentes inorgánicos dieron paso (sin saberlo) a los primeros seres orgánicos en la tierra. En este momento de la historia, otros componentes orgánicos estamos dando paso (también sin saberlo) a otro nivel superior, esta vez de seres inorgánicos. En un momento de la historia, la célula era el “clímax” de la evolución. Algo máximo. Insuperable. Sin embargo “decidió” (sin saberlo) dividirse y asociarse con otras para llegar a ser algo más grande. Inevitablemente, perdió su “identidad propia”, para pasar a ser un engranaje de algo superior. ¿Habremos los seres humanos decidido (otra vez sin saberlo) asociarnos y dar lugar a otro ente llamado ciudad? ¿Habremos dejado de ser ese máximo evolutivo? ¿Nos hemos convertido en un eslabón más de la cadena?

Llegamos a Cochin. Es de noche. Recuperamos la consciencia, tras este inesperado viaje de perspectiva. Bienvenidos a la India.