Escrito por Alan W. Watts en 1951, es el libro más profundo y directo que he leído en estos últimos meses. Sorprendentemente breve y de rápida lectura. En algunos momentos parece que se haya escrito en el s.XXI, demostrando que la naturaleza y las inquietudes humanas siguen siendo las mismas de hace más de medio siglo. Trata de temas tan variados y trascendentales como el concepto de Dios, el fluir de la vida y su imposibilidad de capturar la realidad, el sentido de la vida, las palabras como convenciones humanas, el deseo, y el sentido del yo, y de la muerte. Pero todo ello de una manera llana, lógica y argumentada. Sin relleno ni parafernalia.
Me parece complicado separar el contenido del libro de mis propias reflexiones. Es como si una vez leído, se haya mezclado con los conocimientos y opiniones previas, haciendo difícilmente distinguible lo nuevo de lo antiguo. Por ello, lo aquí escrito es más bien un filtrado-procesado personal de lo leído en el libro, que un resumen del mismo.
Me gustó especialmente la parte de las convenciones. Es curioso. Nunca había leído demasiado sobre ello, y en las últimas semanas se ha vuelto un tema recurrente. Convenciones son aquellas realidades imaginarias que forman parte de nuestra cultura e historia. Es decir, cosas que no son reales, pero que nos ayudan a funcionar como sociedad. No obstante, la mayoría de los seres humanos nos pasamos la vida aceptándolas y usándolas sin más, sin darnos cuenta de que no son realidades, sino convenciones. Las palabras, el dinero, los países, las religiones, las empresas, los partidos políticos, los organismos internacionales, los equipos de fútbol… todo son convenciones. Y sin embargo los tomamos como realidades hasta tal punto que nuestras vidas están completamente guiadas por ellas. Os invito a leer cualquier portada de periódico en un día e identificar la cantidad de convenciones que son noticia,… vivimos en un mundo imaginario. Sin embargo ha sido gracias a ellas que hemos conseguido crear comunidades más allá del entorno físico. Estas convenciones nos permiten “ser” español o colombiano, del Barça o del Atlético, del PP o de Podemos, católico o budista,… y así tratar de trascender el momento, formando parte de algo, si no eterno, sí más duradero que nuestro efímero paso por la tierra.
Pero sin duda lo que más me impactó fue su respuesta a la pregunta ¿cuál es el sentido de ese “yo” que tanto nos perturba? Empieza explicando la diferencia entre la experiencia del momento y la interpretación intelectual del mismo. Por ejemplo, cuando estás disfrutando de unas cervezas con tus amigos, o practicando tu deporte favorito, o disfrutando de la naturaleza, en ese momento “tú” eres simple y llanamente “tu experiencia”. No es el hecho de darse cuenta de “qué bien lo estoy pasando”, porque en ese mismo instante has dejado de experimentar y sólo estás procesando mentalmente una situación. El ser humano tiene una tendencia excepcional a intentar separar la mente, ese “yo” que busca su significado, del resto del cuerpo, de nuestras sensaciones y experiencias.
Finalmente el autor suelta la respuesta más “shock-ante” que te podrías imaginar… ¿queréis hacer un intento? ¿cuál creéis que fue su respuesta a “cuál es el sentido del “yo”? Vamos, imagina la respuesta más desmoralizadora… caliente, caliente… exacto! El “yo” no existe. Es el puro producto de nuestra imaginación.
Y para cerrar, os dejo algunas de sus perlas:
“Once there is the suspicion that a religion is a myth, its power is gone”
“Paradox as it may seem, we likewise find life meaningful only when we have seen that it is without purpose”
“It is only through silence that one can discover something new to talk about”
“We are being aware of the fact that any separate “I” who thinks thoughts and experiences experience is an illusion. To understand this is to realize that life is entirely momentary, that there is neither permanence nor security, and that there is no “I” which can be protected”
Recomendado por: Quintas. Muchas gracias!
Calificación: 9,8
El próximo miércoles, más y mejor! Volamos al norte de Colombia: Santa Marta, Palomino, Cartagena de Indias… nos leemos!